Reunión del G20

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En la desesperación que causó la irrupción de la crisis del otoño pasado, se decidió revivir el mecanismo arrumbado que respondía al nombre de Grupo de los 20, mismo que por la heterogeneidad de sus integrantes se le tenía en el olvido. De pronto, el defecto se volvió virtud y las siete economías más avanzadas se vieron obligadas a descender de su exquisito pedestal para convocar a la reunión de Washington a las economías emergentes: Rusia, China, Brasil, Sudáfrica, India, México, Arabia Saudita, Argentina, Corea del Sur e Indonesia, que adquirieron la estatura para enfrentar un problema de incumbencia mundial que sigue reclamando acuerdos para recuperar el equilibrio de la economía mundial. Lo interesante es que en su conjunto el G-20 representa 85% de la economía universal.

Nadie puede invocar resultados espectaculares de ese encuentro, pero tampoco surgieron razones para justificar el retorno a la fórmula exquisita del G-7.

En el mejor estilo de una cumbre convocada en 1933 en plena depresión, la reunión de ayer en Londres representó el intento más acabado de compartir responsabilidades. No obstante los esfuerzos por subrayar la vocación económica del encuentro, encomendando a los ministros de finanzas la preparación y negociación de documentos, el fantasma de la política dominó los resultados obtenidos. La deriva de las relaciones trasatlánticas quedó de manifiesto con el resurgimiento de la alianza franco-germana lidereando posiciones imposibles de digerir por parte de EU. La nota de color la asumió el protagonismo de Sarkozy, de quien en México acabamos de saturarnos con sus desplantes pretensiosamente imperiales. La amenaza que lanzó de que abandonaría la reunión si no se respetaban sus posiciones no recibió la respuesta que suponía, ya que en una negociación entre pares nadie gana todo.

Tengo la impresión preliminar, por experiencia en procesos de discusión multilateral, de que el resultado es razonablemente esperanzador. Hay lecciones muy claras que deben observarse para continuar este ejercicio, mejorando resultados. Se queda la sensación de que los países emergentes tienen que actuar con menos temor reverencial y más articulados en sus posiciones, que no necesariamente son coincidentes, pero que en aras de dialogar con mayor fuerza es inaplazable tener mayores y más fructíferos acercamientos.

China surgió como la potencia político-económica que ya es, entendiendo claramente que el diferendo europeo-estadounidense de pronto resultará en su beneficio si, como se espera, nuestros vecinos podrían contemplar una alianza de conveniencia con ellos para suavizar las demandas inamovibles de la Unión Europea.

El objetivo subliminal de Londres era acordar medidas para frenar la inestabilidad del sistema financiero internacional, reduciendo la incertidumbre y propiciando la credibilidad para reactivar los flujos de crédito. Con suavidad de formas y el apoyo del anfitrión, Obama trató de obviar diferendos monumentales que separan a los dos continentes. La demanda europea de adoptar un sistema regulatorio supranacional del sistema financiero, posición que contesta drásticamente a una de las razones del caos que se vive, como se anticipaba resultó indigerible para EU.

A cambio se avanzó en la discusión de medidas que facilitan la transparencia y por consiguiente las alertas tempranas sobre la situación de las instituciones bancarias, demandada por Merkel y Sarkozy. Estas medidas impactan al libertinaje greenspaniano, creando fórmulas de supervisión de fondos con inversión libre, así como de los paraísos fiscales. Estas medidas que están pendientes de aterrizarse suponen más cooperación de estos santuarios, que deberán hacer modificaciones a la opacidad de su modus operandi. Suiza, Liechtenstein, Mónaco, Andorra, Singapur, Hong Kong y Macao, entre otros, recibirán un impacto fuerte con esta decisión. China, por lo pronto, no dejó de expresar su inconformidad por el daño que causará a sus dos ínsulas, que viven de la oscuridad de estas actividades.

Una de las medidas más concretas que se aprobaron fue la triplicación del poder de préstamo del Fondo Monetario Internacional, que contará con 750 mil millones más, provenientes de préstamos de los países y de la emisión de derechos especiales de giro que se repartirán entre estados miembros para incrementar sus reservas y así estimular la liquidez del sistema financiero mundial. Esta decisión recoge una preocupación europea frente a los estímulos que Obama pedía que se le inyectaran al sistema bancario, posición negada por consenso europeo argumentándose, con razón, que sus sistemas de asistencia social protegen a sus ciudadanos de los avatares de la crisis.

Estas diferencias ideológicas que siempre han separado la idiosincrasia en ambos lados del Atlántico, no podían ser superadas únicamente con buena voluntad.

En cuanto al embate contra el proteccionismo, tema central de los países emergentes, no se lograron compromisos sólidos para reanudar la Ronda de Doha, aunque se expresaron buenos deseos respecto de la necesidad de que la Organización Mundial de Comercio y otros organismos internacionales deberían monitorear y denunciar las medidas que inhiben el libre mercado, sin aceptar la incorporación de sanciones a los gobiernos que realicen estas prácticas. Es claro que en este tema la alianza trasatlántica resucitó ante la posibilidad de una embestida de los países en desarrollo que, con excepciones como México, también se han cerrado para responder a las presiones de sus productores, perdiendo legitimidad frente a los más desarrollados que históricamente han predicado lo contrario de lo que aplican en la realidad de sus países.

El primer ministro Brown mostró habilidad para transmitir el mensaje de que era impensable que todo se resolviera con un comunicado de jefes de Estado.

La reunión de Londres fue un ejercicio que debe continuarse a pesar de los conflictos subyacentes. Bretton Woods fue el resultado de tres años de intercambios, insertos en una realidad más generosa que la que se vive actualmente. En ese sentido, los miembros de economías emergentes deberían convocar regionalmente a los gobiernos para recoger con mayor precisión las demandas de mayor urgencia, que por cierto no se han escuchado ni en Washington y menos en Londres.

Hay un segmento mayoritario de la población mundial que ya está resintiendo el ensimismamiento de los más desarrollados, cuyas mayorías exigen una concentración de esfuerzos en resolver en forma prioritaria los desafíos locales. En ningún momento se ha discutido la situación de los bancos nacionales de muchos países que viven en los márgenes de la supervivencia y requieren al menos asistencia técnica para atender retos desconocidos. Los rigurosos criterios del FMI no permitirán la atención de este grupo numeroso de demandantes, que de otra suerte pronto enfrentarán la agudización de las crisis sociales convertidas en guerras civiles e inestabilidad.

El debut de Obama en la escena internacional fue bien recibido. Se prodigó con buen tino en combinar la diplomacia financiera con acercamientos ostensibles con rusos y chinos, amarrando los avances logrados en sus visitas a esos países por su secretaria de Estado. Sin temor, dieron a conocer acuerdos en los que Estados Unidos reconoce el alcance y los cambios que han experimentado ambos países. El resto de su periplo europeo fue escogido con gran cuidado para atender áreas geográficas mal atendidas por su antecesor. Este es un avance que beneficia en otra forma la paz y la seguridad internacional.

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