Entre Diana de Gales y Kate Middleton

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Por derecho adquirido como futura esposa de Guillermo de Inglaterra y también por derecho propio debido a su enorme poder de seducción que recuerda inevitablemente al que siempre tuvo la princesa Diana.

Ese es precisamente uno de sus puntos en común. Diana cautivó al mundo desde el mismo momento en que la descubrieron unos fotógrafos que intentaban hacer unas fotografías del príncipe Carlos pescando en la orilla del río Dee. Cuando los medios de comunicación se fijaron por primera vez en aquella joven de 19 años, sólo era un proyecto de la elegante mujer que acabaría por ser. Pero no pasó mucho tiempo antes de que se convirtiera en icono internacional de la moda. De un estilo sencillo y romántico pasó a uno más glamouroso que alargó sus piernas y pronunció su escote e hizo de ella una mujer de impresionante físico. El mundo imitó entonces por primera vez el estilo de una Princesa inglesa y el Made in England se puso de moda. Y es que, para ella, a diferencia de los otros miembros de la Familia Real, el vestuario no era secundario, sino una forma de hablar ya se tratara de un evento de caridad o de alguna celebración de gala. Pronto fue evidente que, incluso con las limitaciones del protocolo real, el aspecto de la princesa Diana era decisión personal y se convirtió sin pretenderlo en la principal impulsora de la moda inglesa y en musa constante para su inspiración. Ya soportaba para entonces la especulación, el análisis y el acoso interminable de la prensa internacional con un humor envidiable y muy poco frecuente.


Algo así ha ocurrido con Kate, que muestra síntomas de convertirse también en una verdadera embajadora de la moda y que ya se ha ganado el aplauso de los expertos con sus sofisticados tocados, pamelas y gorros de piel, con sus escotes cruzados, sus joyas minimalistas… Otro estilo distinto, pero igualmente encantador. Ahora bien la fascinación que suscitó desde el primer momento también en su caso (como en el de su predecesora) tuvo su cruz. Los británicos necesitaban una digna sucesora de la Princesa de corazones, la aclamaron con insistencia y la prensa no se resistió a saciar los deseos de sus lectores, lo que acució aún más la salvaje persecución a la novia del Príncipe y la invasión permanente de su intimidad. Hasta que Guillermo de Inglaterra, que tenía demasiado vivos los recuerdos de acoso mediático a su madre, tomó cartas en el asunto y escribió a los medios pidiendo por favor respeto a su vida privada y alertando de que, si este aviso no era suficiente, presentaría sus quejas al Tribunal de Estrasburgo.


Tanto la fórmula del éxito de la princesa Diana, como la de Kate Middleton coincide al menos en un ingrediente: una sonrisa luminosa y desarmante. Cómplice y transparente. Si bien permaneció oculta durante años en el rostro de Diana de Gales bajo un gesto tímido y triste, hasta la fecha el gesto alegre y el pícaro sentido del humor (en palabras del príncipe Guillermo) de Kate ha hecho acto de presencia en todas sus apariciones públicas. Pero si Diana de Gales fue proclamada Princesa del pueblo no se debió a su sonrisa y a su acierto a la hora de vestir, como a su habilidad para hechizar a gente de todas las condiciones sociales, a la capacidad de sentir el dolor de otros, así como al don de la empatía que Kate, con sensibilidad, irá aprendiendo en su futuro papel de Princesa.

La labor de la princesa Diana como embajadora de causas humanitarias fue de hecho una tarea de largos años. Comenzó prestando su nombre, más que su tiempo, a algunas buenas causas, hasta que tuvo una especie de revelación: "De repente notó que en el momento en que ella llegaba a un evento para recaudar fondos, se conseguía dinero", explicó la ya fallecida directora de la legendaria Harper's Bazaar. "A pesar de que no le gustaba demasiado vestirse de fiesta y dar un discurso, se dio cuenta al hacerlo que obtenía un montón de dinero". Dio entonces la vuelta al mundo con sus múltiples cruzadas humanitarias, su sencillez, su compasión, su corazón grande, dejándose ver en su acercamiento natural y tierno a los niños enfermos o hambrientos, a los niños inválidos, a los enfermos de sida cuando nadie quería tocarlos... y se convirtió en símbolo de la esperanza para millones de desahuciados. Kate tiene el listón más alto en el aspecto humanitario que en ningún otro y, siguiendo el ejemplo de su antecesora, ha comenzado despacio, con la organización de algunas fiestas benéficas para recaudar fondos a favor de enfermos, y como ella profundizará también en sus causas una vez forme parte de la Familia Real inglesa.

Ambas son hijas de su tiempo, dos épocas distintas con conceptos distintos de mujer, y es precisamente en este salto generacional donde radican sus principales diferencias. Desde que Diana Spencer era tan sólo una tímida aspirante a la mano de la Corona británica hasta su revelación como la Princesa combatiente -la reina madrina de los desheredados y enfermos-, mantuvo siempre la candidez y la ternura de la inocencia. Tal vez propia de las mujeres de aquella generación. Mientras que Kate Middleton se ha mostrado como una mujer segura, abierta e incluso cómoda en el difícil papel de novia de un futuro Rey de Inglaterra. Tal vez más propia de las mujeres del siglo XXI. Sus compromisos matrimoniales no engañan: la mirada gacha y cabeza ladeada de la princesa Diana contrasta con la mirada directa y la risa espontánea de Kate. Dos mujeres diferentes con un destino excepcional.

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