Economía mundial: pocas razones para el optimismo Por Ramiro Albrieu En el plano internacional la evidencia de corto plazo da cuenta de un mejoramiento en las perspectivas de la economía mundial. En efecto, hacia fines del año pasado el abismo fiscal en Estados Unidos y los riesgos de desintegración en la Unión Europea dominaban la escena,y el riesgo de un crash como el de septiembre de 2008 o abril de 2010 no era menor. Hoy, como se señala en los recientes reportes primaverales del FMI, estos riesgos se han reducido marcadamente. Sin embargo, una vez que vamos más allá del corto plazo el panorama deja de ser optimista. De hecho, desempeño macroeconómico en la etapa post-crisis muestra que algunos de los motores del crecimiento global previo al crash de Lehman podrían estar dañados. La primera evidencia al respecto es el estancamiento en el nivel de actividad. A pesar de la aplicación de masivas políticas expansivas, en 2012 el crecimiento global ha sido modesto y para 2013 no se espera una mejora al respecto. Además, si bien estas políticas han tenido algún efecto sobre el crecimiento, han fallado en lograr que la recuperación del nivel de actividad sea acompañada por la recuperación de los niveles de empleo. En Estados Unidos, por ejemplo, el nivel de actividad se encuentra un 4% por encima del registro de 2007 pero la tasa de desempleo no bajó hasta los niveles de aquel momento (se encuentra en 7.8% mientras en 2007 era de 4.6%). El segundo elemento que aleja el optimismo se refiere a Europa. Es cierto que hay buenas noticias: se ha avanzado en la unión bancaria dentro de la zona Euro, el precio del riesgo soberano en los países periféricos ha disminuido marcadamente y los riesgos de una explosión de la deuda pública parecen haberse alejado. Sin embargo, ni los problemas pre-crisis ni los nuevos problemas post-crisis han encontrado solución. Sobre los primeros, si bien se considera la unión bancaria como un elemento necesario en la nueva institucionalidad regional, no es claro qué debe ser modificado y qué debe ser mantenido en los referido a la unión monetaria y al Pacto Fiscal para el Crecimiento. Sobre los segundos, es evidente que el ajuste fiscal y externo en curso está generando fuerzas recesivas de una magnitud tal que superan ampliamente el posible efecto positivo de la consecuente la mejora en los indicadores fiscales y externos. De hecho, ya se habla de cierta “fatiga” en la reforma, lo que podría significar que los equilibrios políticos detrás de los programas de ajuste se han vuelto inestables. ¿Cuál es el costo del ajuste? Más allá de la necesaria reforma de esquemas demasiado laxos en materia fiscal y financiera, el principal costo de refiere al crecimiento. La principal racionalidad de la integración europea para los países periféricos era la convergencia con los estándares de vida de Alemania o Francia. Sin embargo, el escenario post-crisis es uno de divergencia; de hecho en países como España o Italia se espera una década perdida al mejor estilo latinoamericano de los ochenta. El tercer elemento es la dinámica de crecimiento en los países emergentes. Recordemos que en los años previos a la crisis el crecimiento global fue liderado por un grupo de países emergentes que fueron llamados por Goldman Sachs los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Al mirar lo ocurrido en la etapa post-crisis aparecen más dudas que certezas al respecto. Por un lado, las tasas de crecimiento promedio de los BRICS es sensiblemente menor en la etapa 2010-2012 que en 2002-2007. Por otro lado, los desafíos que enfrentan estos países obligarán a ajustes que tendrán un efecto de desaceleración sobre sus economías y aquellas relacionadas por canales comerciales o financiero. En China, por ejemplo, se estima que el rebalanceo de la demanda presentado en el XII plan quinquenal reducirá su tasa de crecimiento de mediano plazo, al tiempo que modificará los patrones de demanda global, con posibles efectos negativos sobre los productores de materias primas. Un párrafo aparte merece Brasil. Allí la economía se encuentra estancada (apenas creció 0.9% en 2012) y en los últimos meses la inflación se ha acelerado. Dada la rigidez de la política fiscal, la presión se descarga sobre la política monetaria, que debe promover el nivel de actividad y reducir las presiones inflacionarias. La tensión aparece porque para promover el nivel de actividad es necesario reducir las tasas de interés, mientras que para moderar la inflación es necesario subirlas. En ese dilema, que hizo explícito Dilma al criticar el accionar del Banco Central do Brasil, no parece de fácil solución.
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